"¿O mejor sería el Arte? ¿La naturaleza: las cataratas, Punta Lara, Necochea?"

La persistencia de la memoria

Hace un rato (hoy es 13 de octubre de 2020) un amigo escribió en su muro de Facebook sobre Marte. Dijo: “Marte en oposición, está más cerca y brillante. Habrá que esperara hasta 2035 para que se repita. Ahora lo veo con binoculares desde mí depto”. Eso me recordó a otro texto sobre Marte, pero…

Hace un rato (hoy es 13 de octubre de 2020) un amigo escribió en su muro de Facebook sobre Marte. Dijo: “Marte en oposición, está más cerca y brillante. Habrá que esperara hasta 2035 para que se repita. Ahora lo veo con binoculares desde mí depto”. Eso me recordó a otro texto sobre Marte, pero escrito en 2003, cuando Facebook ni siquiera estaba en la imaginación de sus creadores. Salió publicado en las páginas de la revista Extrema, en el ejemplar de septiembre / octubre de aquel año. Fue el último número. Y no me parece un mal texto para despedirme de mis colaboraciones.

(En 1989 Marte también estuvo cerca. No paré de pensar en ello mientras escribía lo que van a leer ahora).

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«Grandes deben ser los pecados del alma, para que Dios cargara al hombre de nostalgia».
Ana Montero

¿Vieron a Marte? Es un carbunclo en el cielo desde lo más temprano del atardecer. Fulgura con magnitud -3, dejando por el piso a Sirio y Canopus, las estrellas más brillantes. Con el correr de los meses se alejará de la órbita terrestre y la luminosidad disminuirá. Para la próxima vez que esté tan cerca faltan sesenta mil años. Seiscientos siglos. Es mucho. La cifra da vértigo. Me pregunto qué va a quedar de nosotros en tanto tiempo. Los estratos de la historia se acumularán y nada, o casi nada, llegará de lo que hoy nos importa tanto: Kirchner, las elecciones, el nü metal, los libros de Paul Auster, la reconstrucción de Irak.

El mundo está hecho de olvido. Nosotros mismos somos tiempo y el tiempo se nos escapa. Para atraparlo (inútil quimera) se me ocurrió guardar datos como testimonio para el futuro, para el hombre del año 62003. Enseguida se me presentaron los interrogantes fundamentales en estos casos: qué guardar, cómo y dónde.

El qué y el dónde son intercambiables en su orden. Se me ocurrió empezar por el dónde, ya que me dije con autosuficiencia: «Los soportes informáticos han resuelto este problema». Pero me di cuenta de que las cosas no son tan fáciles. Los CDROMs tienen una vida estimada de no más de cien años, y eso usándolos poco. Encima se descubrió que un hongo se morfa su plástico. Si consigo un envase totalmente hermético, ¿qué seguridad tengo de que va a poder ser leído, de que existirá en esa época un artefacto que podrá comprender la información? Guardo un carretel de cinta abierta con el audio del casamiento de mis padres que jamás escuché y un centenar de discos de vinilo que acumulan polvo. Lo mismo les sucede a los que conservan diapositivas y a los CDs de audio no les falta mucho para correr la misma suerte. Existen en los museos máquinas que no comprendemos, como pilas eléctricas desenterradas en Bagdad y modelos de aviones exhumados en tumbas del Cuzco. Si meto en mi cápsula del tiempo una notebook junto con el CD, no sé si en el futuro alguien sabrá manejarla, ni siquiera encenderla. Tampoco es seguro de que exista la forma de energía necesaria para que la computadora funcione.

Podría utilizar sistemas de estado sólido, como los chips de memoria que se insertan en un puerto USB y que se cuelgan como llavero. Por lo menos resuelvo el problema de las partes móviles.

¿Qué poner en ese chip? Puedo elegir tanto imágenes como textos y videos, cada cual con sus formatos, sus pro y sus contras. Los que ocupan menos espacio son los textos. El texto puro, .txt, es el formato más liviano, pero no conserva características como negrita y cursiva. Habrá que gastar unos preciosos bytes más y utilizar .rtf, .doc o .htm. Con las imágenes me pasará lo mismo. Para más detalle debería usar .bmp, que no tiene ninguna pérdida, pero los archivos son enormes. El .jpg, tiene pérdidas de detalles. El .tif comprime sin pérdidas, pero los archivos siguen siendo grandes.

Si consigo la llave de memoria y dejo a los sabios del futuro que piensen cómo recuperar los datos, aún me queda lo más espinoso: la elección del material. Debemos meter al Universo en el lecho de Procusto. ¿Fotos de qué? ¿De las obras grandiosas como el Teatro Argentino y la Autopista? ¿O mejor sería el Arte? ¿La naturaleza: las cataratas, Punta Lara, Necochea? Quizás convenga mostrar las caras de los seres que hoy pueblan este triste planeta. Quién sabe cómo serán ellos.

Miro hacia los libros. Más fácil, unos clásicos y listo. Pero a ver si leen Moby Dick y piensan que el mundo era una masa líquida y el ser humano sólo perseguía monstruos. Si pongo la Biblia también tendría que incluir el Corán y todos los textos sagrados. Mejor buscar autores actuales. ¿Pero quién es mejor, quién es peor? ¿Cómo saberlo?

Dispongo de muy poco espacio para los videos. ¿Cine? ¿Documentales? ¿Noticieros? ¿Kaos o CQC, cuál le gustará más al espectador del porvenir?

Si a pesar de todas esas dificultades consigo ponerme de acuerdo sobre la información, todavía será pobre. Sólo consistirá en mi propia mirada, una entre seis mil millones de personas.

El proyecto es prácticamente imposible y quizás esté bien. Mejor no dejar ningún rastro. La nostalgia del futuro es inútil. Si no, ¿por qué no nos ha llegado una cápsula del tiempo de la Atlántida u otra civilización avanzada, que según teósofos y expertos nos han precedido? Miro por última vez al herrumbroso planeta, guardo mi chip USB con fotos porno en un cajón, cierro los programas, apago la computadora, me voy a jugar al chinchón al bar de la esquina.

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